La bici como espacio de convivencia

La bicicleta ha vuelto, y pide paso para quedarse. Los “odiadores” (haters, también llamados) no pueden negar la evidencia, tenemos un nuevo competidor por el espacio, urbano y vial. Hace ya años que el anterior competidor llegó y se quedó. El coche se apropió de nuestros espacios comunes, avenidas, calles parques y jardines, espacios públicos y privados. Bueno, perdón los ciudadanos se subieron al coche y se lanzaron sobre el espacio público, todos lo jaleamos porque era el progreso, pero las apuestas corrieron y el espacio cambió de manos. Nunca más nos planteamos una playa sin parking, un parque natural sin acceso rodado, un monumento o un paisaje sin coches aparcados. Nada que objetar, hasta aquí nos ha traído.

Sin embargo, un nuevo vaquero ha llegado al saloon, el ciclista le llaman, se ha sentado a jugar y a empezado a hacer preguntas, y nos ha puesto ante un espejo. Y le tenemos que hacer sitio en la mesa. Sus preguntas son muy sencillas.

Manifestación semanal de ciclista en Chicago pidiendo seguridad (The economist 2002)
  • Podemos ceder hectáreas y hectáreas de nuestro espacio urbano para que los sujetos almacenen sus pertenencias (coches) en la calle. Pero no podemos ceder ni un metro cuadrado para que los ciclistas circulen. Evidentemente no podemos aceptar el argumento legitimista de “el coche estaba primero”, tiene que haber sitio para todos.
  • Hemos crecido aprendiendo a montar en bici en nuestros parques y jardines. Era la estampa del los 12 años, el día de reyes, todos los niños en los jardines con sus nuevas bicis, patines y “sanchesquis”. Ahora nos encontramos con el nuevo modelo de odiador, que tolera al coche pero se siente amenazado por el ciclista, esta dispuesto a respirar las emisiones del coche, que le van a acortar la vida, está dispuesto a aguantar al coche tuneado que nos ensordece, perdona con indulgencia al que sobrepasa la velocidad, acepta barreras de 6 carriles y exige protección del ciclista. ¡Ya les vale!.
  • El vaquero reclama espacio para meter su bici y le contestamos que no hay bicis que ocupen ese espacio. Pero claro nos contesta que “¡Qué bicis va a haber si no hay sitio para ellas!”. Estamos viviendo una época de “urbanismo táctico”, así le llaman. Primero cedemos espacios residuales al recién llegado y le imponemos todos los costes. Esperamos que al ocupar el espacio nos dé justificación para el siguiente paso. ¡¡¡A por el hueco!!!
  • Es típico del trato que le damos al innovador, a la industria que está y cuyos daños (y beneficios) son patentes la inundamos de dinero y protección. Al que viene nuevo le exigimos lo que nunca pedimos al viejo, era de los nuestros. A final el tren pasó y nos quedamos tirados.
  • Hacemos carriles inconexos, peligrosos y por áreas por las que no tenemos interés en pasar, dejamos sin resolver los nudos clave… Y demostramos que no había tanta demanda, en cambio donde hay dos carriles usados por los coches ponemos otro y claro se llena. Pero nos tiran con esta imagen. Nadie ve el caos a la derecha todos ven que no hay ciclistas y que podríamos tener un poco mas de caos en esa calle.
  • El vaquero recién llegado pide las mismas cosas que ya hemos concedido a los demás usuarios, un carril segregado por caminos y aceras o un camino compartido en el que se le ofrezca seguridad, la suya y la que ya le hemos robado al peatón. Un espacio de aparcamiento seguro y fiable, que ya le hemos otorgado al coche. Y una legitimidad.
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